Por Héctor Trejo S. columnista de Radiografía Informativa.
Cada vez es más extraño que alguien mencione el término Chavos Banda cuando se tiene una conversación sobre la juventud y sus diversas identidades, pareciera que fueron una cultura urbana cuya temporalidad se quedó marcada en los ya lejanos años ochenta, cuando una banda de jóvenes de las zonas altas, cercanas a Tacubaya (en la Ciudad de México), que en apariencia “intentaban mexicanizar el movimiento punk”[1], fue materia de constantes noticias por el alto grado de violencia que usaba para perpetrar sus robos y lo impredecible de sus acciones delictivas, como violaciones o agresiones físicas a las pandillas con las que rivalizaba.
Me refiero a la extinta banda de “Los Panchitos”, pero primero aclaremos que son los “Chavos Banda” y precisamente eso lo definieron ellos a través de un curioso aunque célebre manifiesto que hicieron llegar a los medios de comunicación para evitar su mala fama, aunque esto no les sirvió de mucho, pues se vieron inmiscuidos en muchos conflictos posteriores.
En el postulado explicaban que no eran vagos ni delincuentes y que su estilo era un emblema que marcaba a “toda una generación de jóvenes mexicanos de ambiente urbano-populares, que se contrapone al estilo de la juventud burguesa, representada por los chavos fresa”[2]. Este enunciado explicaba que los llamados chavos banda, estaban en contra de los patrones, tanto conductuales como jurídicos que seguían los fresas, jóvenes que acataban las normas establecidas por la elite dominante.
La fama de la citada banda llegó a los niveles de personajes míticos, alcanzándole para convertirse en materia de un guión cinematográfico de mediana hechura digno del fracaso financiero del que fue objeto, aunque del público cinéfilo, habrá pocas personas que no tengan en su cabeza, al menos una secuencia de la citada película.
La cinta se llamó precisamente “La banda de los Panchitos”, dirigida por Arturo Velasco, un filme que se realizó gracias a la venia del llamado el III Concurso de Cine Experimental en México, en el cual obtuviera el tercer lugar y que se llevó a cabo en 1985.
El largometraje “fue un retrató a la vida en uno de los barrios más peligrosos de la Ciudad de México (…) un filme en el que se puso en evidencia uno de los problemas que en aquella zona de la ciudad tenía lugar: el pandillerismo”[3].
El filme protagonizado por Óscar Velázquez, Mario de Jesús Villers, Óscar Medina y Jonathan Kano, entre un reparto multitudinario, tuvo en 1986 un par de nominaciones a los premios Ariel que otorga la Academia Mexicana de Artes y ciencias Cinematográficas, aunque no pasó nada con el filme.
“Su novedad –dice Felipe Coria- consistía en darle un tema candente a las tropelías de la banda del título, un tinte de denuncia, de opinión crítica basada en lectura de periódicos; una pátina de burda sicología, con visión paternalista que reducía a sus rasgos más elementales el asunto del crimen urbano en el crítico sexenio 1982-88, donde se castigó severamente el salario de las clases populares”[4].
Años más tarde, “La Banda de los Panchitos 2: Hermanos de Sangre”, sale a la luz. Un filme que no tuvo ni el apoyo económico ni la capacidad de apoyarse en los integrantes de la comunidad cultural para destacar, aunque en realidad, es el resultado de una película mal lograda y cuyo mayor logro fue el de contar entre sus histriones con Alfonso Sayas, el protagonista más destacado de la llamada sexicomedia mexicana.
La película de 118 minutos de duración dirigida por Fernando Sáenz, se apoya –o explota- claramente del argumento de la cinta original, aunque en este caso se enfoca en un joven que pierde a sus padres asesinados por una pandilla y decide vengar su muerte a su manera, ingresando a las filas de la policía para hacer justicia. Ya como uniformado, recibe la encomienda de infiltrarse en una pandilla para detectar quién les surte la droga y poder detener el tráfico de estupefacientes.
En 1987, la cinta “Nadie es Inocente” de Sarah Minter, una pionera en el trabajo del videoarte mexicano (San Frenesí, 1983 y Alma punk, 1991-1992), se vuelve un legado de la década de los ochenta, un filme de ficción que apoyado en técnicas documentales, indaga en el mundo de los chavos banda.
Una de las características del trabajo de la cineasta era poner al alcance del ojo espectador cuestiones de la memoria y ofrecer a quienes tuvieran la posibilidad de ver sus imágenes, otras visiones de la gente, la intimidad y la política. Como nos muestra “Nadie es Inocente”, a Minter le interesaba inmortalizar los momentos de personajes poco comunes para el grueso de la sociedad.
La historia es bastante atractiva y nos cuenta como Kara, un joven punk que echó raíces Ciudad Nezahualcóyotl (espacio marginal colindante con la Ciudad de México) se despide del lugar para tomar nuevos rumbos, alejándose de la banda a la que perteneció por muchos años y con quienes compartió buenos y malos momentos: Los Mierdas Punk.
El filme es un documento visual, por sí solo invaluable, pues contempla imágenes del surgimiento de Ciudad Neza y sus habitantes originales, poniendo especial énfasis en los chavos banda que formaban parte de las familias que habitaban esa zona de nuestro país. El filme tiene un contexto musical muy ad hoc, pues usa las notas de “Lonely boy” de Sex Pistols para enfatizar el ambiente.
En el argumento se destacan “los testimonios furiosos y desoladores de aquellos jóvenes que se perderían en el tiempo más cruel (…) que ironizaran sobre el trato despectivo que la sociedad reservaba a los marginados de los suburbios en aquella época”[5].
Una situación que hace todavía más atractiva a esta cinta es que la propia directora Sarah Minter, retoma en 2010 su argumento y realiza “Nadie es inocente 20 años después” donde la visión cambia pues los protagonistas que siguen vivos han crecido, retratando los resultados en un documental sumamente recomendable.
El último largometraje del que hablaré en esta entrega, que también asume el tema de los Chavos Banda, es precisamente una película llamada “Chavos banda (Víctimas callejeras)” de 1995, dirigida por el director cristiano-moralista, Paco del Toro –no confundir bajo ninguna circunstancia con Guillermo del Toro- quien consuma un relato parco y acéfalo, plagado de clichés noticiosos que llevan al filme a navegar en un mar de críticas morales infundadas e incitaciones religiosas.
El filme narra, desde una óptica rígida y dictatorial, los malos tratos que recibe un joven, mismos que lo obligan a escapar de su casa para probar suerte en las calles de la ciudad, integrándose a una banda de niños de la calle con quienes aprende todo lo necesario para subsistir.
En síntesis, una etapa complicada para la industria del séptimo arte mexicano, plagada de cine, que justo, reflejaba las condiciones sociales por las que atravesaba nuestro país y que dejaba ver ese lado cruel y oscuro que toda sociedad, en mayor o menor medida, concentra en sus calles.
[1] Riquelme, J. (2015). La ciudad de México en los 80: Los Panchitos, El TRI y el Negro Durazo. MxCity Guia Insider. http://mxcity.mx/2014/08/la-ciudad-de-mexico-en-los-80-panchitos-el-tri-y-el-negro-durazo/
[2] Fleixa, C. ( ). “Tribus urbanas” & “chavos banda”. Las culturas juveniles en Cataluña y México. http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/nuant/cont/47/cnt/cnt5.pdf
[3] Trejo, H. (2015). Breve historia de la crítica cinematográfica en México. México: Editorial UNID.
[4] Coria, F. (1998). Cinemás d´Amérique latine. Francia: Presses Universitaries du Mi.
[5] González, S. (2015). Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos. Barcelona: Editorial Anagrama.